Entre Cachacos

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La noche que se robaron a Jesusito.


Hace ocho años se robaron a Jesusito. Era la primera vez que eso ocurría y seguramente será la última, porque al autor de semejante acción lo conoce y lo compadece todo aquel que desde entonces ha estado más allá de los pantanos de La Gua­ripa. La cosa ocurrió el 20 de enero de 1946. en La Ventura, cuando se festejaba la noche de El Dulce Nombre. En las horas de la madrugada, cuando el entusiasmo empezaba a decaer, un jinete desbocado irrumpió en la plaza del villorrio e hizo saltar la mesa con la banda de músicos entre un estrépito de ca­charros y ruletas esparcidos y bailarines revolcados. Fue una tempestad de un minuto. Pero cuando cesó, Jesusito había desa­parecido de su altar. En vano lo buscaron entre los objetos arras­trados, entre los alimentos vertidos. En vano desarmaron el nicho y sacudieron trapos y requisaron minuciosamente a los perplejos habitantes de La Ventura. Jesusito había desaparecido y eso era no sólo un motivo de inquietud general, sino una sintonía de que el ídolo no estaba conforme con las rogativas de El Dulce Nombre.
Tres días después, un hombre de a caballo, con las manos monstruosamente hinchadas, atravesó la larga y única calle de La Ventura, descabalgó frente al puesto de policía y depo­sitó en manos del inspector el minúsculo hombrecillo montado en un anillo de oro. No tuvo fuerzas para subir de nuevo al ca­ballo ni valor para desafiar la furia del grupo que se agolpó a la puerta. Lo único que necesitaba y pedía a gritos era un platero que fabricara de urgencia un par de manecitas de oro.



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